- Dime qué ves.
- ¿La Luna?
- ... Pero concéntrate, criatura. ¡Hacia el infinito y más allá!- exclamaste, sonriendo.
- Un balcón-murmuré, entrecerrando un poco los ojos- El Balcón de la Luna.
Un brillo argénteo encendió su parda mirada, reflejo de la mía, pero infinitamente más abstracta, etérea y perdida.
- ¿Y qué ves ahí?
- Que veo allí... ¡Oh, joder!-comenzaba a exasperarme. deja lanzarme de una puta vez. Si no quieres saltar conmigo, he de hacerlo sola. - Suspiré.- Esto de los balcones jamás se me dio muy bien.
Su rostro pálido estuvo, en seguida, casi rozando el mio, sosteniéndolo entre sus gélidas manos.
- Iría hasta el fin del mundo -Murmuró, apegando su frente a la mía, mientras yo negaba con la cabeza, incrédula- Hey, ¡escúchame! - Insistió él.- Hasta el fin del mundo y más allá, ¿comprendes?
- ¿¡Y entonces por qué no saltas!?
- Porque no es en esa dirección en la que debemos ir -respondió, alzando la comisura izquierda de sus labios, trazando en sus facciones mi sonrisa favorita.- No hacia allá.
La Luna sonrió, iluminando nuestros rostros con su platinado resplandor.
- ¿Hacia allá? - Inquirí, abstraída, casi hipnotizada, apuntando como por inercia al astro nocturno que se cernía sobre nosotros.
- Ajá. - Concediste, ampliando esa sonrisa que siempre pudo con todo.
Besaste mi frente con simpleza, y tomando de mi mano, con toda seguridad, diste el salto que nos impulsó al infinito, tan lejos del mundo como pudiste, haciéndonos, segundo a segundo, más pertenecientes a esta eternidad absoluta.
A tí, el último retazo de vida que me queda.