Faltan diez minutos exactos para las cuatro de esta jodida, extremista, y putrefacta madrugada.
Me odio en estos tiempos, odio mi mente y sus pensamientos bizarros de víspera de amaneceres. Tengo un jodido argumento, sí que lo tengo.
Su nombre es Muerte.
Me he asesinado, yo misma a mi misma, de mismas a misma, de ellas a ella, de lo que fui y seré, de lo que he sido hoy.
Me he encargado de liquidar cada intento de despertares. Con beatífica sonrisa me he alzado desde la más certera oscuridad, opacando y desdeñando salvajemente el glorioso momento en que habrían de vislumbrar luz al final del túnel ojos tan ciegos como los míos.
Yo provengo desde la tierra donde camina el fantasma errante, llevando cual condenado su carga, cadáver eternamente sonriente.
Me detengo y observo como el cielo ha pretendido mezclarse al suelo.
Aquí no hay tiempo.
Me observa con ojos de cuenca vacía, con expresión diabólica, el cadáver. Me observa esta carga que no es si quiera de huesos, de piel o de sueños, de sombras, o melancolía, tal vez; Muta el cadáver insomne con la maldición de la inercia, se deja absorber por el abismo eterno.
Asqueroso vestigio no aun real, no aun criatura monstruosa o maligna... No aun pedazo de nada.
No aun pedazo de mi.
¡Cómo le gustaría arrastrar su putrefacto esqueleto por senderos inciertos y absurdos -al menos contaría con retazos de historias, vería color, habría presenciado existencia, pero ni aun él existe...- más allá de alharidos demenciales y agónicos, más que porción de aire condensado y denso, más allá de...!
Qué importa. Ni yo existo.
Puedo sentir la oscuridad, puedo oler el abismo, puedo saborear ganas de libertad, puedo ver la respiración agitada y descontrolada. me recuerda muchas cosas...
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