miércoles, 24 de agosto de 2011

Rimbaud.

Inefable. Era la palabra más adecuada que podía evocar para describirle. Lo cierto es que en realidad jamás mis ojos habían logrado traspasar los suyos, barreras de tiempo y espacio se interponían entre nosotros.
Alcé la mirada y noté un cambio en la atmósfera. Volvía a escribir.
Las letras se perseguían unas a otras desesperadas por abrirse paso en un sendero demasiado estrecho. Por ahora.
Quizás el cambio será para mejor-pensé. Quizás todo esto signifique algo después de todo. 
Mira que las cosas dan vueltas en círculos casi cuadrados, que el sentido de esta vida muerte es inimaginable y a veces casi inexistente.  
Me he desviado otra vez. Indescriptible, en eso estaba, cuando una visión efímera pobló mi cerebro. 
"Era ella, la pequeña muerta, detrás de los rosales".
No podría olvidarlo.  Poco a poco me haría cada vez más pequeña, y mis huesos calzarían en aquella descripción. 
He encontrado otra manera de destruirme a mi misma, y me encamino a ella como hacia la muerte misma, con brazos abiertos.
Ahora, ¿respecto de sus ojos? Sus ojos... Sí, bueno, son el último retazo de vida que me queda.

Sinfonía inconsciente de palabras; Abstracciones que excavan el cielo

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