jueves, 25 de agosto de 2011

The sea is a good place to think about the future.

Las curiosidades de la vida son variadas e impredecibles. Llegan en los momentos más inesperados y se presentan como una explosión fugaz que llega a romper la monotonía usual de nuestras vidas.
Así sucedió conmigo.
Aquella mañana no distaba de las anteriores en ningún sentido apreciable, sin embargo tenía el presentimiento de que algo sería diferente esta vez. El hilo de mis ideas me instaba a pensar que con la sola acción de mi pensamiento sería capaz de atraer algún acontecimiento relevante a mi existencia.
Avancé distraídamente por la calle precedente a mi instituto, con la cabeza gacha, debía dar la impresión de una introspección absoluta, pero lo cierto es que tenía la absurda convicción de que encontraría alguna señal en el transcurso de mi caminata. Sin embargo, no preví, que en efecto, ese indicador de cambio en mi vida podría abrirse paso de distintas maneras, una de ellas era precisamente aparecer.
Sí, aparecer, así de la nada. 
Cuando lo observé lo supe de inmediato. No me bastó más que echarle una rápida mirada a su rostro y supe que era él. Tenía el signo de mi propia existencia marcada en su frente, como si él y yo calzáramos de algún modo, como si realmente estuviésemos designados para formar parte de algún rompecabezas incompleto.
Y lo ví en sus ojos, él lo supo también, instantáneamente.
Detuvo su caminar y me observó fijamente, analizando cada aspecto de mi rostro, frente a lo cual me habría sentido incómoda de ser este un encuentro casual ordinario, pero no era este el caso.
Ninguno de los dos pronunció palabra mientras la multitud seguía avanzando a nuestro alrededor. 
Yo le había visto, él venía con la vista alzada al cielo.
Cada uno sabe donde buscar, supongo. Tu posición se asemeja a tu pensamiento.
Era un muchacho de mediana altura, desgarbado y fibroso, de hombros amplios y una clavícula que relucía allí donde terminaba el cuello de sus ropas. Llevaba una chaqueta de cuero y el cabello despreocupadamente despeinado, por cierto, era oscuro, muy oscuro, como si un frasco de tinta se hubiera volcado en su cabeza. Su piel pálida contrastaba con sus ojos de un azul oscuro, penetrantes, y de algún modo, absorbentes.
El tiempo se había detenido, o nos habíamos detenido nosotros en el tiempo.
También él tomaba nota de mi apariencia, ambos absortos en la contemplación del otro, como si el resto del universo en el que estábamos contenidos no existiera, como si en realidad, no tuviera importancia la existencia de nada, descontándonos a nosotros mismos, que sí teníamos importancia dentro de nuestro propio universo.
¿Cuál sería la palabra que rompería aquél silencio abrumante, no obstante, agradable y perceptivo?
- ¿Qué eres? -murmuró, obsoleto.
Sonreí, con cierto nerviosismo.
- Lo mismo que tú, sin duda, nocturno ser.
- ¿Vienes de allí arriba, no? - inquirió- Sí. - Afirmó en voz muy baja, apenas unos segundos después- Tienes que venir de ahí. La luz de la luna reluce en tus ojos. 
Avanzó hacia mí hasta encontrarse lo suficientemente cerca como para alzar sus dedos y acariciar mi rostro. 
- Te he esperado una eternidad. - Murmuré. - Pronuncia mi nombre, por favor. Necesito oírlo de tus labios.
Cerré los ojos, a la espera del sonido que cambiaría mi vida para siempre.
- Lunne. - Pronunció lentamente, y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. - Lunne.-Repitió con voz pausada. -Finalmente...
- No arruines este momento- Me apresuré a agregar. - No hagamos alusión al hecho de que somos dos completos desconocidos que han llegado a profesar sentimientos el uno por el otro sin jamás haberse tocado.
Aquél misterioso y enigmático ser me observó, entornando los ojos, tristemente.
- Toma mi mano.
Sus largos dedos de pianista se alzaron dubitativos, y siempre con marcada lentitud, se posaron sobre los míos.
Cerré los ojos una vez más, y pude percibir una sonrisa aflorando en sus labios.
- ¿Te das cuenta?  Hemos dejado de ser extraños el uno al otro. Es más, nunca lo fuimos. Un pacto más allá de lo comprensible nos une.
- Me pregunto... -La comisura izquierda de sus labios se alzó en un ademán travieso.- Si no sería acaso más conveniente sellar ese pacto. ¿No cree usted, mademoiselle? 
Una sensación indescriptible recorrió cada ínfimo rincón de mi cuerpo.
- ¿Es necesario responder a aquello, monsieur?
-No lo sé -murmuraron sus labios, presionando suavemente los míos. - Nada sé.

Recuerdo aquél día de un modo particular porque no estoy segura de haber vivido aquella experiencia, o estar soñando, o delirando quizá, o quién sabe, quizás simplemente fue un historia concebida en las profundidades de mi subconsciente que, en un breve instante de locura, pasó a formar parte de una realidad tan incierta como tangible.
Porque debo admitirlo, mi realidad suele entremezclarse constantemente con el contenido de mi subconsciente y me cuesta definir las líneas divisorias entre ambos entes. Pero lo cierto es que recuerdo todo como si fuera ayer, con una lucidez artística, como de crítico de arte.
Y después de todo, ¿Quién me asegura que no fue ayer? Por ese entonces él rozaba los 19 años, yo con 17 aún. Es cierto que ya no asisto al instituto. 
Es cierto que ya ni siquiera asisto a la universidad. Pero mi locura me ha mantenido viva, en estado de alarma, ausente y presente en estado de espera.
Y soy la misma de aquél entonces, aunque legalmente figure bajo otro nombre, y en otra ciudad. Sigo teniendo 17 años años y mi estado de locura abstracta aún me posee hasta el punto de tener que admitir que sin ella no concebiría existencia alguna.
Y, pues claro, aún le espero. Aún le espero como siempre le esperé, repleta de tormentas y torbellinos, con un arsenal increíble de palabras que jamás utilizaré. No para él, no contra él.
Porque este maldito sentimiento aún persiste en lo que queda de mi solitaria existencia. Y aunque tu alma, querido, se la haya tragado el mar, te prometo que muy pronto iré a por ella.
Más pronto de lo que esperas.    
 
 
 
  

 

Sinfonía inconsciente de palabras; Abstracciones que excavan el cielo

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